viernes, 15 de noviembre de 2013

Taller de escritura...

Me desperté confundido en una isla. La brisa me acariciaba suavemente, y el agua fresca del mar, empapaba mis piernas. Pasaron cinco minutos y me acordé que estaba en un crucero que partió desde un puerto de Galícia, y se dirigía al Caribe. Pero, el barco naufragó. Decidí explorar la isla, para saber dónde estaba exactamente. El pequeño trozo de isla que recorrí, me dio a pensar que posiblemente era una isla solitaria, desierta, deshabitada y sobretodo paradisíaca.
Me noté mas peso de lo normal en un bolsillo. De él, saqué un cuchillo de cocina. ¿Que habría estado haciendo antes de naufragar? me pregunté en voz alta y esperando que una respuesta me cayera del cielo. Me lo volví a guardar en el bolsillo. Quizás me serviría en otro momento para defenderme de animales salvajes, coger y cortar fruta y posiblemente cortar hojas de palmera y hacerme una pequeña cabaña.
Entonces escuché un ligero llanto. Parecía ser de una mujer. caminé hasta una pequeña península y desde ella pude ver una chica de no más de veinte años. Decidí ir a ver si podía servirle de ayuda. Llegué y reconocí a la chica: Era una de las camareras del restaurante del barco en el que viajaba.
-Por fin encuentro un humano... Pensaba que iba a estar sola de porvida. -Dijo la joven muchacha entre sollozos y mientras me abrazaba.
-Tranquila... ya tienes compañía. ¿Cuanto tiempo llevas aquí? -hablé yo consolándola.
-Llevo un día entero aquí. En todo el día no he probado bocado. Estoy hambrienta, sedienta y sobretodo triste porque no podré volver a ver al capitán: mi padre.
-No pasa nada. Seguro que si hay algún superviviente más mandará una patrulla de salvamento. Tarde o temprano volveremos a ver a nuestras familias y amigos. Pero de momento hay que sobrevivir. -Mentí. No tenía esperanzas de volver a ver a mis padres ni a mi hermano.
Le dejé mi abrigo a la muchacha. y seguí conversando con ella mientras construía una caña para poder pescar. Cuando acabé, miré debajo de una piedra para buscar algo de cebo. Encontré un par de gusanos y un par de larvas. Quizás eso podía servir de algo... o quizás no.
La chica que en ese momento estaba sentada a mi vera, era como un ángel caído del cielo. Preciosa: Era morena, tenía los ojos verdes, labios carnosos, un sonrisa juguetona y coqueta y su mirada era tan seductora y atractiva, que era capaz de llevar al abismo a cualquier hombre. Su nombre era Violeta.
 Yo era mayor que ella. Tenía veintisiete años, mientras que ella solo tenía veinte años. Estaba claro que debía protegerla, cuidarla y sobretodo hacer algo que nunca había echo: madurar.
-Y dime... ¿Que eras antes de acabar en esta diabólica isla alejada de la mano de dios? -Me preguntó Violeta, en un momento en el que yo estaba muy concentrado mirando la improvisada caña de pescar.
-Estaba estudiando arqueología en mi tiempo libre y normalmente trabajaba en un restaurante como jefe de cocina. Y no te preguntaré esa misma pregunta porqué tu misma me serviste un "ballantines". -Respondí con una gran sonrisa.
Pasaron un par de minutos y ninguno decía palabra. Nadie rompía el silencio. Violeta apoyó su cabeza en mi hombro. ¿Me estaría enamorando de ella? No lo sabía. Pero, en ese momento, no quería que nada se entrometiera entre nosotros dos. Sentía un calor que procedía desde mi pecho y no era desagradable.
En el momento que empezaba a estar cómodo, vi que el cordel se empezaba a mover bruscamente. Me levanté del suelo arenoso lo más rápido que pude y tiré de la caña con fuerza. En la punta del cordel había una gran merluza. Cogí mi cuchillo e inmovilicé al pescado. Encomendé a Violeta que preparara un fuego con piedras y ramas que habían en el suelo, Mientras yo recolectaba fruta. Conseguí algunos cocos y algunas bayas. Cuando llegué, le quité las escamas y las aletas al pescado, para hacerlo en las brasas de la fogata. Comimos los dos medio pez y fruta. A pesar de los pocos recursos que teníamos, pudimos comer una buena cena.
El sol se había desvanecido completamente, y las brasas de la fogata poco a poco se iban apagando. No teníamos refugio: esa noche dormimos en el suelo. Dormí con la cabeza apoyada en una roca y ella se apoyó en mí.
A la mañana siguiente me desperté molido. La humedad se metió en mi cuerpo y sentía la garganta como si me hubiese tragado un montón de insectos i bichos: Es decir tenía la boca seca, empalagosa y un sabor raro.
Posé la cabeza de Violeta sobre toda mi ropa a excepción de la interior, y me fui a hacer un poco de natación y buceo para despejarme. La fauna y la flora oceánicas eran maravillosas. Era como ver la típica foto de postal pero en persona. Aquella imagen era preciosa hasta que, una bandada de tiburones empezó a seguirme. Suerte que Violeta ya se había despertado. Su acción para salvarme fue heroica. Cogió el cuchillo,se hizo un tajo en la mano y dejó caer gotas de sangre al mar. eso distrajo un momento a los tiburones y me dio tiempo a salir del agua.
Me tumbé en la orilla agotado por esa prueba física y complicada.
Pasaron un par de semanas, y ya empezábamos a acostumbrarnos a estar nosotros solos  en la isla. Teníamos una pequeña cabaña y estábamos empezando a construir una barca.
No sabía si hacía mucho tiempo que no hablaba con otras mujeres o realmente era atractiva, pero lo que sí que sabia, era que estaba locamente enamorado de ella. Soñaba con pasar toda mi vida junto a ella.
Seguía pasando el tiempo, y el día a día era entretenido a la vez que aburrido. Siempre había algo que hacer, pero el "siempre hay cosas que hacer" se convirtió en poco tiempo en una rutina. Una rutina que no sabíamos cuando podríamos romper.
¿Quien iba a saber cuando podríamos salir de la isla? Nadie, por eso un día decidí despertarme antes para ir a recoger lirios y demás flores tropicales para hacerle un ramo a Violeta. Me costó mucho colocarlas bien.
Cuando acabé me fuí directo a hablar con ella.
-Violeta... ya llevamos en esta isla un mes y medio... y bueno... hemos trabajado juntos y no hemos entendido bastante bien... -Dije yo. Pero ella no estaba atenta. Ella estaba oliendo y observando las coloridas flores.
-Corta el rollo. Sabes que la respuesta es sí. -Habló ella abrazándome. -Me has tratado como una reina, me has protegido cual soldado defiende su patria y me has dado compañía cuando me sentía sola.
No hicieron falta mas palabras. El eterno y esperado beso por parte de los dos, provocó un inmenso silencio. Lo único que lo rompía era el sonido de las aves y de las olas. El tiempo parecía haberse detenido. Entonces, a lo lejos, en el horizonte, se podía ver un gran barco. Decidimos encender una gran fogata que teníamos preparada para cuando viéramos un barco o un helicóptero. La gran cortina de humo que provocamos, hizo que el barco nos viera y  se acercaran. Estábamos ansiosos de volver a ver a nuestras familias y amigos. Subimos y nos percatemos de que era un transatlántico francés. Conseguimos entendernos y nos llevaron al famoso puerto de Palos (lugar de donde partieron las carabelas de Cristobal Colón) y desde allí cogimos el tren hasta nuestra ciudad. 
Tenía miedo de que Violeta olvidara lo sucedido en esa isla. Tenía miedo de que solo fuera una travesura o un roce tonto. Pero no tenía nada que temer. Actualmente Violeta es mi esposa y escribo este relato mientras mis niños corretean en el jardín de casa. 

Fin


No hay comentarios: