martes, 25 de enero de 2011

EXPLORANDO POR EL BOSQUE

Me llamo Jhon, y tengo nueve años. A continuación os voy a contar lo que me pasó hace unos meses, mientras estaba disfrutando de unas vacaciones en la casa de mi pueblo.
Una tarde, como estaba aburrido, me había sentado a ver la televisión con mi familia (Bueno, con mi madre y mi padre porque soy hijo único) y vi un interesante documental de animales. Me parecieron unos bichos tan curiosos, que me pasé toda la cena preguntándole sobre ellos a mis padres. Les pregunté muchas cosas pero varias de ellas no supieron contestarmelas, como por qué brillan, dónde viven...
Seguía tan fascinado que cuando me fui a dormir no podia pegar ojo. Todo el rato estaba pendiente del paisaje que asomaba por la ventana de mi cuarto. Cualquier reflejo de la luna, de un vehículo, de una farola... me hacía imaginar que podía ser el habitáculo de esos seres tan raros.
Decidí salir de mi casa a escondidas en busca de ellos. Sólo sabía que vivian en el bosque, por lo que no tenia ninguna otra pista por la cual me pudiera guiar.
Me adentré en un cúmulo de arbustos. Detrás me esperaba un camino libre de hojas, pinchos, y hierbas que me impidieran el paso. Me puse a buscar con la linterna que usábamos cuando se iba la luz, pero lo único que podia escuchar era el ruido de algunos búhos u otros animales que me inspiraban miedo.
Empecé a ver una hilera de hormigas tan larga, que no veía el final. Seguí su camino. De repente me encontré en la puerta de una casa. Una casa bastante grande pero sencilla, con un porche de madera con un par de sillas. La casa estaba rodeada de todas esas hormigas que yo había estado siguiendo durante unos minutos. La envolvían. La rodeaban. Como si estuvieran deborando un pastel de chucherías.
Me alejé corriendo de lo asustado que estaba, pero cuando me giré un par de veces para comprovar si lo que estaba viendo era cierto, me di cuenta de que era mi casa.
¿Que hacían todas esas hormigas ahí? ¿Qué es lo que buscaban o lo que habían encontrado?
Tras estar investigando y pensando un buen rato averigué que... ¡Mi casa estaba construida con azúcar!
Hoy, recuerdo esta anecdota y sigo sin haber visto ninguna luciérnaga. Pero la aventura que viví, y todos los dulces que comí, me sirvieron de mucho más que si hubiera encontrado veinte mil bichos luminosos.

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